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Venezuela: el olor a sangre fresca
Vie, 04/04/2014 - 09:40

Hugo Prieto

Venezuela: la marcha al revés
Hugo Prieto

Hugo Prieto (Caracas, 1956) es Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Central de Venezuela. Ha sido redactor de varias revistas nacionales ( Número, Fama, Producto, Exceso); también se desempeñó como coordinador y posteriormente jefe editor de Domingo Hoy y del cuerpo Siete Días del diario El Nacional. Fue entrevistador en Ultimas Noticias y 2001. Es autor de los libros Todos somos garimpeiros (1991, premio Hogueras del mismo año), Avenida Baralt y otros cuentos (2005, mención publicación del Concurso Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana) y de la novela Vivir en Vano (Alfaguara, 2005).

Una vez más llegamos al borde del abismo como ocurrió en 2002. Por vías distintas, con protestas continuas en las calles, con represión, torturas y violaciones a los Derechos Humanos, cuyo saldo escalofriante supera los 30 homicidios.

Hemos comprobado que el país puede vivir bajo un conflicto de mediana intensidad, sin que se vean seriamente afectados sus signos vitales. Todo un record de irracionalidad y barbarie. Podemos seguir adelante, ahorrándole tiempo a la guerra civil. ¡Vamos, pues! ¿Qué esperamos? No sería la primera vez que seamos testigos de la matanza. ¿O nos acostumbramos a ella? A la ausencia de dolor, a la impiedad, a la cruel indiferencia que imponen 24.000 homicidios al año.

En Venezuela la vida no vale absolutamente nada. Pero vamos hacia la Conferencia por la Paz y la Vida. Vamos a darle un chance a la paz, dijo el presidente Nicolás Maduro, parafraseando a John Lennon. Vamos a llamar a la Unasur, como aquellos muchachos que llamaban a Kool–Aid cada vez que enfrentaban un problema indescifrable. Vamos a preguntarle a los artistas, a Gigi Zanchetta o a Belén Marrero, según sea el caso, ¿Cómo podemos fundirnos en un abrazo los unos y los otros? ¿Cómo podemos alcanzar la convivencia y la fraternidad? ¡Qué bonito!

Unasur vino a darle legitimidad institucional al gobierno de Nicolás Maduro. A reconocer al Estado y a las instituciones en Venezuela. A recordarles a sectores de la oposición quién ganó las elecciones del pasado 13-A de 2013. A encauzar el diálogo para desactivar la violencia y rebajar las tensiones, mientras la sensación colectiva es que la protesta se apaga como la brasa de la chimenea.

Parece que las cosas vuelven a su justo lugar. Unasur ha nebulizado al gobierno. La oposición se ha quedado sin respuestas, fragmentada en mil pedazos, sumergida en una crisis sin retorno, a raíz de la Salida Parlamentaria y el giro que significó el 12-F. La paz, el diálogo, son banderas del gobierno. La tesis, según la cual el presidente Nicolás Maduro, no tenía intuición política se desvaneció como el humo del cigarrillo. Fue un error de cálculo motivado por el desprecio y la subestimación. De la intuición política de Maduro ya había pruebas suficientes, consignadas por diplomáticos latinoamericanos que enfrentaron negociaciones con el entonces canciller de Venezuela.

El gobierno advierte que hay un saldo positivo. Qué ha salido fortalecido de esta crisis. Por eso, el propio Maduro, anuncia que ha recibido una llamada “oficial” del presidente de la Asamblea Nacional y número dos del chavismo, Diosdado Cabello, a la sazón la otra cabeza del bifronte cívico militar que nos gobierna, para designar, vía constitucional, a los magistrados del TSJ y a dos rectores del CNE, a quienes se les venció el período para los cuales fueron electos, para designar, igualmente, al titular de la Contraloría General de la República, en reemplazo de Clodosvaldo Russian, fallecido en 2011.

Se aprovecha el momento preciso para darle un nuevo impulso a la revolución bolivariana, ante la fractura insalvable de la oposición política interna y el respaldo de los gobiernos de la región. Otra bandera cedida a Miraflores sin disparar un tiro.

No había cedido el olor a sangre fresca en las barricadas de Valencia, San Cristóbal y Caracas, para que en medio de la nubosidad tóxica y los allanamientos sin orden judicial, el gobierno aplicara la mega devaluación del bolívar y un ajuste en el precio de los alimentos que haría palidecer a Moisés Naim en 1989. Ramírez, vicepresidente del área económica, pagó un precio ínfimo: los escombros de la utilería de la Torre Británica, algunos plasmas, algunas computadoras que la muchedumbre enardecida se llevó del lugar.

Nunca antes esta sensación de lo provisorio del campamento, de la que habló Cabrujas, se había adueñado tanto del país. Una Contralora (e) desde 2001; una rectora que se está muriendo; unos magistrados que siguen en sus cargos hasta nuevo aviso. Y todos los hechos aquí consignados son posibles por una sola causa: la ausencia de un estado de Derecho. Esa es la condición que nos asemeja tanto a una dictadura, no como una fotocopia, sino como una clonación, obtenida bajo el nefasto proyecto político del fallecido presidente Chávez. Que nadie se engañe. A los facilitadores del diálogo, a los señores cancilleres de Unasur, no les interesa inmiscuirse en un problema que sólo atañe a los venezolanos. Díganme ustedes: ¿creen que en Venezuela hay disposición, honesta y sincera, para instaurar el estado de Derecho? ¿O por el contrario esta es una nueva oportunidad para correr la arruga?

*Esta columna fue publicada originalmente en el blog El Díscolo.

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