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De la OEA a otros demonios de la relación colombo-venezolana
Mié, 28/07/2010 - 15:00

Hugo Ramírez Arcos

De la OEA a otros demonios de la relación colombo-venezolana
Hugo Ramírez Arcos

Politólogo colombiano de la Universidad del Rosario. Estudiante de la Maestría en Sociología de la Universidad Nacional de Colombia y becario en la School of Authentic Journalism (2010). Es además investigador del Observatorio de Venezuela y colaborador habitual de medios como Semana, Razón Publica, Nuevo Siglo, entre otros. Entre sus obras figura la edición del libro: ''Hugo Chávez: Una década en el poder'', texto en el cual un conjunto de académicos analiza, desde su especialidad, lo que han significado los díez años de gestión del mandatario venezolano.

En la novela “Del amor y otros demonios”, Gabriel García Márquez relata la historia de Sierva María, una pequeña niña que a causa de las sospechas de estar contagiada de rabia, y luego poseída por el demonio, sufre toda una suerte de martirios a lo largo de su corta vida. Al igual que en esta novela, los ocho años de relación entre los presidentes Álvaro Uribe y Hugo Chávez, han sufrido toda suerte de altercados en razón de la desconfianza que los dos gobiernos guardan sobre la relación binacional, la cual cada uno interpreta a su manera.

En medio de este contexto de desconfianza mutua, del conjunto de multiplicidades que deberían contemplar las agendas de los Estados, dos únicos temas parecen eclipsar los intereses de los gobiernos nacionales: desde Venezuela se identifica como una amenaza a Colombia por el acuerdo complementario para la Cooperación y Asistencia Técnica en Defensa y Seguridad entre los gobiernos de la República de Colombia y de los Estados Unidos de América (el conocido ''escándalo de las bases militares''), y por el lado colombiano, se percibe como expansionista el proyecto socialista venezolano, acusándolo a su vez de tener una proximidad ideológica con las guerrillas colombianas.

El gobierno de Colombia es percibido como un gobierno plegado a los intereses imperialistas de los Estados Unidos, así como en el plano interno cuenta con un delicado historial que lo relaciona, tanto con los grupos paramilitares, como con las ejecuciones extrajudiciales conocidas como “los falsos positivos”. El gobierno venezolano, es por su parte concebido por distintos sectores como populista y expansionista; en el plano interno cuenta con constantes denuncias enfocadas, sobre todo, en el tema de la libertad de prensa y la persecución a empresarios dentro del país.

Todo este conjunto descrito, junto a otros elementos, se encargó con el tiempo de convertir en antagónicas las percepciones de seguridad de uno y otro gobierno, por lo que se espera que el último incidente en la OEA, que terminó con la ruptura de relaciones entre los dos países, se convierta ahora en un límite que marque el comienzo del restablecimiento de las relaciones entre los mismos, con la llegada del gobierno de Juan Manuel Santos a la presidencia colombiana.

Si bien la relación entre el presidente Juan Manuel Santos y el presidente Hugo Chávez no ha tenido buenos comienzos, marcados por las opiniones que se emitieron desde ambas partes cuando éste era ministro de Defensa del gobierno de Álvaro Uribe, los gestos del gobierno entrante frente a Venezuela han apuntado al restablecimiento de las “congeladas” relaciones entre los dos gobiernos. Es que las acciones del saliente presidente colombiano no deben afectar tal camino, ya que por el contrario, en medio de la actual crisis, son varias las lecciones que pueden quedar para el actual gobierno.

En este orden de ideas, los problemas fundamentales entre los gobiernos de Colombia y Venezuela pueden ser retratados en dos puntos que con los años se tornaron presentes en la agenda de política exterior de los gobiernos. Primero, ambos parten de la idea de que la contraparte cambiará su conducta (que está ligada a sus proyectos ideológicos radicalmente opuestos), y en segundo lugar, la discusión entre los dos gobiernos terminó por convertirse en un tema de soberanía, lo cual irremediablemente termina por cerrar cualquier vía para la conciliación entre las partes. Será tarea del gobierno entrante cambiar el discurso hacia Venezuela, si en verdad se espera superar la actuación de la anterior administración.

El espectáculo en la OEA (Chaderton versus Hoyos). Como si se tratase de un partido de futbol de nuestra casi extinta selección nacional, se siguió en Colombia la exposición del embajador colombiano ante la OEA, Luis Alfonso Hoyos, y la posterior ruptura de relaciones con Venezuela (en la que Maradona acompañaba por casualidad al presidente Chávez). Parece que a falta de buenos jugadores, son hoy los políticos los encargados de dar el espectáculo.

En la ya publicitada reunión, el gobierno colombiano presentó desde mapas satelitales y coordenadas de GPS, hasta fotos de los guerrilleros colombianos cocinando en campamentos y descansado en la playa. Uno de los puntos centrales fue el de denunciar la existencia de un campamento ubicado a 23 kilómetros de la frontera colombiana, en el estado del Zulia (Venezuela).

La precisión asombrosa de la ubicación de guerrilleros en territorio venezolano despierta en algunos sectores una pregunta: ¿por qué no se tiene esta misma precisión en territorio colombiano? Los organismos de inteligencia en el país no han mostrado en ninguna ocasión tal puntualidad en el combate interno del conflicto que lleva más de 40 años, y donde cuentan con toda la soberanía necesaria para desplegar sus operaciones.

Quienes no comparten esta duda, aluden a su vez que precisamente es posible ubicarlos con tal precisión en los territorios vecinos, porque mientras en Colombia se encuentran en guerra y constante movimiento, los territorios fronterizos se convierten en zonas de descanso, lo que no permite capturarlos, pero sí rastrearlos con más facilidad.

Sigue siendo difícil elegir ciegamente cualquiera de estas dos posiciones con la información disponible, sin embargo, la veracidad de las pruebas debe ser competencia de órganos especializados y no de analistas que las avalen o las pongan en duda según lo dictamine su “olfato político”.

Retomando los hechos de la reunión, pese a las múltiples pruebas entregadas a José Miguel Insulza, que deberán ser verificadas por el organismo competente, el embajador colombiano ante la OEA a pesar de realizar la denuncia en la que tanto se empecinó el gobierno nacional, terminó cometiendo los dos vicios que más denuncia y menos acepta la política exterior colombiana:

1).- intervino en varios asuntos internos venezolanos

2).- utilizó un discurso fuera de tono, marcado por alusiones que no correspondían con la instancia diplomática, como por ejemplo lo fue el hecho de hablar de los “centros vacacionales” para “engordar”, ubicados en territorio venezolano, entre otras tantas referencias.

Por su parte, las palabras del embajador venezolano, Roy Chaderton, recuerdan el discurso de quien está acostumbrado a defenderse del ataque de otros. En un proyecto político como el que se adelanta en Venezuela, no debe ser nada fácil ser parte del cuerpo diplomático, sin embargo, en diferentes ocasiones el gobierno venezolano parece haber aprovechado la experiencia de sus funcionarios para conseguir sus objetivos políticos.

Chaderton habló con calma y supo utilizar la licencia que le dio su contraparte, mencionando también los problemas internos colombianos. Ante el discurso incriminador de Hoyos, el diplomático venezolano no dio respuestas claras, dio la impresión de estar en control de la situación.

En resumen, detrás de las buenas formas, Chaderton matizó un álgido tema he hizo su trabajo: defendió los intereses venezolanos. Pero ¿de donde vendrán las soluciones?

Las instancias internacionales no pueden sólo ser maquinas de votación que reproduzcan la polarización que viven los gobiernos de Colombia y Venezuela. A pesar de que la región esté viviendo, ya desde hace unos años, un progresivo clima de tensión producto de los cambios políticos que están sucediendo al interior de los diferentes países, la reacomodación de los intereses regionales deberá pasar por la creación de mínimos comunes sobre los cuales se determinen ciertas pautas de relacionamiento entre los países de la región, a pesar de sus ideologías, o a pesar de sus sistemas económicos.

Desde el plano interno, y tras ver varias muestras del carácter de los gobernantes, sigue siendo inocente, sin embargo, el esperar que los problemas entre Colombia y Venezuela se resuelvan por otras vías fuera de las internas, ya sea por mediación de las potencias regionales, o ya sea por las determinaciones de los organismos internacionales. Una vecindad de 2.219 kilómetros, y los lazos producto de la historia común y el constante contacto entre las poblaciones, deben ser en este sentido una de las claves para encontrar la salida a esta difícil situación.

Buscando salidas a la “congelación” de relaciones entre los dos países, el pasado 25 de junio, en San Cristóbal (Estado Táchira-Venezuela), distintos representantes de la sociedad civil se dieron cita, en el marco del evento titulado: “La Frontera Colombo-Venezolana: Una propuesta en Construcción. La Frontera nos une, la Sociedad Civil propone”, con el fin de reflexionar sobre las acciones que se pueden adelantar desde la frontera, frente a las tensiones producto de las difíciles relaciones entre los dos gobiernos.

Esta iniciativa binacional fue coordinada en Venezuela por la directora del Centro de Estudios de Fronteras e Integración (CEFI) de la Universidad de los Andes en el Táchira, Raquel Álvarez de Flores, y por el lado colombiano por parte de la directora del Grupo de Investigación de Estudios Internacionales y Desarrollo Regional (GIDER) de la Universidad Francisco de Paula Santander de Cúcuta, Marina Sierra.

El evento fue una muestra de trabajo conjunto y camaradería entre colombianos y venezolanos de las fronteras. Si bien han sido los gobiernos quienes desde siempre se han encargado de formular las soluciones a los problemas fronterizos, que en ocasiones corresponden mucho más a sus marcados centralismos que a cualquier otra cosa, en medio de la desgastada relación que existe en la actualidad entre los dos países, así como en razón de la ausencia de instituciones binacionales que permitan llegar a acuerdos conjuntos, el que las comunidades fronterizas coordinen ciertas acciones se convierte en una de las pocas opciones que le resta a la maltratada relación binacional.

La hermandad entre Colombia y Venezuela no puede ser vista como algo abstracto y discursivo. El componente humano que une a los dos países está siendo cada vez más afectado por las tensiones entre dos proyectos políticos que a veces parecieran insistir en justificar la irrelevancia de su vecino, con el fin de ratificar políticas internas sustentadas en la polarización de la sociedad.

En la novela de Gabriel García Márquez, Sierva María le pregunta al marqués “si era verdad, como decían, que el amor lo podía todo. ‘Es verdad’, le contestó él, ‘pero harás bien en no creerlo’”. Esperamos que ni el amor ni el odio se conviertan entonces en las guías de la relación binacional, y que en medio de tanta polarización primen los acuerdos sobre puntos fundamentales que reconozcan el inevitable destino que comparten los dos países.