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¿Volver a Charaña?
Lun, 23/08/2010 - 12:14

Marcelo Ostria Trigo

¿Volver a Charaña?
Marcelo Ostria Trigo

Abogado boliviano, fue Encargado de Negocios en Hungría (1971-1973), Embajador en Uruguay (1976-1977), Venezuela (1978), Israel (1990-1993) y Representante Permanente ante la OEA (1999-2002). Se desempeñó como Secretario General de la Presidencia de la República (1997-1999) y como Asesor de Política Exterior del Presidente de la República (2005). En el Ministerio de Relaciones Exteriores, entre otras funciones, fue Director de Asuntos de América Latina, Director General de Política  Exterior y Viceministro de Relaciones Exteriores. Es columnista de los diarios El Deber de Santa Cruz (Bolivia),  El Nacional (Tarija, Bolivia) y de Informe (Uruguay). Ha publicado los libros “Las negociaciones con Chile de 1975” (Editorial Atenea, 1986), “Temas de la mediterraneidad” (Editorial Fundemos), 2004) y “Baladas mínimas” (Editorial El País, 2010).

Vuelvo a repetir: “Cuando se opina sobre las posibilidades de solución de la mediterraneidad boliviana, con frecuencia se corre el riesgo de inflamar pasiones y de desatar polémicas poco constructivas”. El riesgo no solamente es de desatar una polémica nacional -muchas veces perjudicial, pues no siempre está presente la sindéresis y la prudencia-, sino que puede dar lugar a equívocos y contribuir a que el asunto de la salida al mar de Bolivia, se complique aún más, por reacciones adversas y enfrentadas. Pero también creo que es un riesgo que hay que correr, porque recurrentemente surgen nuevos elementos e inquietudes, lo que ciertamente es comprensible en un asunto muy sensible para las opiniones públicas de Bolivia, Chile y Perú.

No es un secreto que en los tres países hay criterios disímiles sobre el problema marítimo boliviano y, por ello, sólo un acercamiento sereno, realista y práctico, que consulte intereses recíprocos, puede contribuir a que se encuentre una solución viable que satisfaga a todas las partes que tienen que ver con este asunto.

Recientemente, los viceministros de Relaciones Exteriores de Bolivia y Chile se reunieron para considerar una agenda que se dice fue concertada ya desde la gestión de la presidente Michelle Bachelet. Hasta ahora nada se había publicado sobre gestiones o reuniones anteriores, aunque se había mencionado que uno de los puntos de esa agenda se refería a la mediterraneidad de Bolivia. Al término de la reciente reunión se publicó un acta que recogió los acuerdos y otros resultados. Sobre la mediterraneidad, se incluye sólo dos párrafos anodinos, que reflejan la ausencia de avances y, por supuesto, de acuerdos.

Luego, se conoció la opinión del ex comandante en jefe del Ejército de Chile, y actual director del Centro de Estudios Internacionales de la Pontificia Universidad Católica de Chile, General (r) Juan Emilio Cheyre, en sentido de que la solución de la mediterraneidad de Bolivia es viable si se la plantea nuevamente sobre las bases de las negociaciones iniciadas en Charaña en 1975 por los presidentes de ambos países. A esta opinión se agrega la del diplomático chileno Eduardo Rodríguez Guarachi (publicada en AméricaEconomía.com) que, en lo esencial, coincide con el general Cheyre: “Chile debe profundizar -dice- el diálogo con Bolivia en estas negociaciones en el marco y espíritu del Tratado de Charaña, encontrando una fórmula creativa de incorporar al Perú en estas conversaciones, en virtud del tratado de 1929, en relación a que la discusión de los temas limítrofes debe convocar a los tres involucrados”.

Habrá que recordar que la negociación de Charaña se centró en una solución concreta: la transferencia a Bolivia de un territorio chileno que la vincule con el océano Pacífico. Se trató, entonces, de una solución que tenía como elemento esencial la cesión -recíproca si se toma en consideración el canje de territorios- que a las claras tenía connotaciones de soberanía territorial. Y si se retorna “al espíritu de Charaña”, la cesión simultánea de territorios, plantea una cuestión de soberanía.

Por su parte, el nuevo mandatario de Chile, Sebastián Piñera, durante su campaña electoral hizo conocer las líneas principales de su política exterior si era elegido presidente. Entre ellas, con relación al tema de la mediterraneidad de Bolivia, estableció: "A Bolivia hay que darle todas las facilidades del mundo para que acceda a nuestros puertos, pero jamás le vamos a entregar ni tierra, ni mar, ni soberanía porque (esos territorios) nos pertenecen legítimamente” (Erbol 10.11.2009).

Tampoco es desconocido que una solución, sin transferencia de soberanía en un territorio que vincule a Bolivia con el Pacífico, no tiene futuro. No habrá gobierno en Bolivia que se atreva a contrariar una demanda unánime de su población. Se trataría, entonces, de su permanencia en el poder.

Un diplomático chileno decía, con meridiana claridad: ”No nos echemos tierra a los ojos, no incurramos en la simpleza, la ilusión de creer que Bolivia a la larga se olvidará del litoral perdido. El país del altiplano continuará clamando por el mar. No es capricho suyo. Es cuestión de identidad, de patria, inolvidable, insoslayable, inmodificable” (Oscar Pinochet de la Barra. “¿Puerto para Bolivia?). Y si este es el sentimiento general en Bolivia, una negociación que se oriente a una solución de la mediterraneidad, sin transferencia de soberanía, no tendría futuro.

Es recurrente el argumento chileno de que los tratados de límites son  intangibles, sagrados, inmodificables, eternos y que, por tanto, el tratado de 1904, por el que Bolivia cedió su litoral a Chile, impide una transferencia chilena de un territorio para la salida al mar. No hay tal. Si se tratara de un acuerdo que se base en la franja territorial prevista en la negociación iniciada en Charaña -no se habló entonces de revisión del tratado-, la objeción carece de rigor jurídico, ya que el Tratado de 1904 no sería alterado, pues éste sólo se aplica al territorio que perteneció a Bolivia antes de la Guerra del Pacífico de 1879. Esto -se reitera- promueve un falso debate, aunque se puede analizar el tema con mayor profundidad. Por supuesto que en este caso surge la obligación chilena de consultar al Perú -ya lo hizo en el pasado- lo que no debería ser un obstáculo, sino un elemento para abrir una perspectiva de unidad e integración trinacional.

¿Qué hacer, entonces? Esta pregunta es para ambos países, se entiende, no sólo para Chile. Es que en el nivel oficial el diálogo parece ser de sordos. Los dos gobiernos, por ahora, apuntan a diferentes soluciones y se dirigen a distintos públicos que están separados por el tema la soberanía, la que sería inmodificable según el gobierno del presidente Piñera, frente a la obligada persistencia del gobierno boliviano de retornar al mar a través de un territorio propio.

Por ello, volver al espíritu de Charaña tiene, por ahora, escasos partidarios. En Bolivia, además de que se satanizó el canje territorial como parte de una fórmula práctica y posible, surge recurrentemente la pasión política y se renueva el empeño en negar que alguien, que no fue de su preferencia, pudo tener acierto y patriotismo al tratar este importante asunto.

En Chile, se matiza la cuestión. Dos ministros, entusiasmados, dicen que ha llegado el mejor momento para una negociación de la mediterraneidad de Bolivia, añadiendo -en lo posible con mucha discreción, acaso con letra menuda- que en un eventual acuerdo no se podría, como lo afirmara el presidente Piñera,  incluir la cesión soberana de un territorio; sólo facilidades, y esto es repetido desde hace más de un siglo.

Bolivia y Chile estuvieron cerca de una solución en 1950 y aún más en 1975. Nuevamente, sin embargo, habrá que armarse de coraje para reemprender el camino de las soluciones, despojándose de prejuicios y abandonando la soberbia y el resentimiento, abriendo el futuro con mutua generosidad. El asunto sigue siendo complicado. Sin embargo, las complicaciones deberían constituir un reto que obligue a avanzar en la solución de un problema que ya tiene mucho tiempo de desencuentros y divergencias.

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