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Desastres naturales y conflictos armados
Lun, 10/04/2017 - 08:41

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Una investigación en curso del historiador peruano Javier Puente contiene mapas de sumo interés. El primero (y el más extenso), circunda el área afectada por la sequía como consecuencia del fenómeno del Niño ocurrido entre 1982 y 1983 (el cual tuvo una intensidad inusitada). El segundo mapa contiene las áreas que, según la CVR, fueron el epicentro de la violencia política en la guerra del Estado peruano contra Sendero Luminoso (y en las que se instalaron los comandos político-militares): ese mapa está contenido íntegramente dentro del primero (ubicado en las zonas centro y sur de la cordillera de los Andes). El tercer mapa indica los lugares en los que Sendero Luminoso perpetró sus mayores masacres contra la población civil: salvo una, todas ocurrieron dentro del área afectada por la sequía.

Claro que esa no es toda la historia. El fenómeno del Niño de principios de la década del 80 también produjo inundaciones particularmente severas en la costa norte del Perú, sin que ese desastre natural estuviese asociado a una mayor incidencia de la violencia política. Para explicar esa diferencia, tal vez sea útil apelar a las investigaciones de Alastair Smith, según las cuales la variable que mejor explica la proporción de muertes entre la población que producen los desastres naturales es el ingreso per cápita. No es solo que un mayor ingreso implica mayores recursos para responder a los desastres, sino además que un mayor nivel de ingreso suele estar asociado a una mejor provisión de bienes públicos (como salud o seguridad ciudadana), los cuales contribuyen tanto a prevenir como a tratar los efectos de los desastres. Lo mismo podría decirse de las diferentes regiones dentro de un mismo país: la costa norte del Perú tiene y tuvo siempre desde los inicios de la república un ingreso per cápita superior a la sierra sur. Es cierto que aún allí la respuesta a los desastres naturales es deficiente, pero tal vez no tanto como lo es la respuesta en la sierra sur (basta constatar año tras año los estragos que causa allí un fenómeno natural tan previsible como el friaje).

Paradójicamente, investigaciones como las de Paul Collier sugieren que el nivel de ingreso per cápita es también una variable crucial para estimar la probabilidad de que en un país se produzca un conflicto armado: países con un ingreso per cápita muy bajo tienen una probabilidad sensiblemente mayor de padecer uno. Si se pudiese aplicar la misma lógica no a nivel nacional, sino a nivel regional (supuesto discutible, pero plausible), ello sugiere la posibilidad de sinergias perversas en la sierra sur de nuestro país en la década del 80.

De un lado, un bajo ingreso per cápita hace más mortífero el efecto de un desastre natural, el cual a su vez reduce aún más el ingreso per cápita (sobre todo en zonas rurales, porque sus efectos sobre actividades agropecuarias suelen ser particularmente severos). De otro lado, un bajo ingreso per cápita incrementa la probabilidad de un conflicto armado. A su vez, sabemos por investigaciones auspiciadas por el Banco Mundial que los conflictos armados reducen el ingreso per cápita. En parte por eso, según esas investigaciones, el 90% de los 39 Estados que padecieron guerras civiles entre los años 2000 y 2011, habían padecido ya una guerra civil durante las tres décadas previas.

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