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EE.UU. se equivoca otra vez
Mié, 01/04/2015 - 10:45

Samuel Silva

Felicidad Nacional Bruta
Samuel Silva

Samuel Silva es editor de Opinión de AméricaEconomía.

Así como es difícil atacar a Estados Unidos por la forma en que conduce internamente su propia sociedad, es difícil defenderlo cuando se trata de política exterior. Lo que pasa hoy en el Medio Oriente y el norte de África, por ejemplo, zona peligrosamente cerca de una guerra regional, es en gran medida responsabilidad de Washington, primero de su acción y después de su inacción. Y la consecuencia de esa acción e inacción es que todos en el Medio Oriente, desde Benjamín Netanyahu hasta los cabecillas del autoproclamado Estado Islámico, están unánimemente en contra de Estados Unidos.

En América Latina, la lista de errores estadounidenses es larga. En los años 70, Washington apoyó o ayudó a la instauración de dictaduras militares de derecha que terminaron con la democracia,  la libertad, la justicia y la prensa libre y los derechos humanos. En la década siguiente, la intervención militar encubierta de Estados Unidos en Centroamérica prolongó sangrientas guerras civiles cuyo efecto sigue impactando hasta hoy -con sus secuelas de pobreza y violencia- a los habitantes de varios de los países de la zona. La errática política estadounidense hacia Haití ha ayudado a que ese país sea hoy más pobre y mucho más peligroso que en los años de la dinastía Duvalier. Y su fanática guerra contra las drogas, que de paso ha hecho de Estados Unidos el segundo país del mundo con mayor porcentaje de la población entre rejas, impulsó en México el desarrollo de un narcoimperio que hace casi imposible la lucha contra la corrupción, como lo grafica la masacre y desaparición de los estudiantes de Iguala en 2014.

El ejemplo más reciente de la desacertada política exterior estadounidense sería para la risa si no hiciera llorar: el ataque de la Casa Blanca al gobierno venezolano a mediados de marzo.

El Congreso estadounidense había aprobado sanciones contra siete funcionarios del gobierno de Venezuela acusados de represión contra las protestas opositoras de febrero de 2014, que dejaron 43 muertos. Las sanciones prohíben a esos funcionarios ingresar a Estados Unidos y hacer negocios con ciudadanos, pero, según la ley de EE.UU., solo pueden imponerse si se declara una emergencia nacional a causa de una amenaza a la seguridad nacional. Y eso fue exactamente lo que hizo con total torpeza la Casa Blanca.

Hasta el día de la desafortunada acción estadounidense, el gobierno de Nicolás Maduro estaba recibiendo críticas casi unánimes de los gobiernos latinoamericanos  por la detención arbitraria del opositor alcalde de Caracas en febrero. Ni siquiera la argentina Cristina Fernández de Kirchner había salido en defensa de su antiimperialista aliado Maduro.

La acción estadounidense le dio al tambaleante caudillo venezolano un nuevo argumento antiimperialista. Feliz con la declaración de emergencia nacional estadounidense, Maduro la convirtió en "amenaza intervencionista contra la soberanía nacional", lo que le permitió obtener poderes especiales y gobernar por decreto hasta fin de año. De paso, en un mensaje mucho más destinado a los venezolanos que a los estadounidenses, organizó maniobras militares con 80.000 efectivos de las fuerzas armadas.

La movida estadounidense habría sido inútil en todo momento. Pero se hizo en el peor momento posible. Maduro tenía apenas 20% de apoyo en las encuestas y, después de las críticas latinoamericanas por la detención del alcalde de Caracas, el gobierno venezolano había dado señales de que llamaría pronto a elecciones parlamentarias. Ahora, la acción de Estados Unidos le da motivo para olvidarse de las elecciones parlamentarias. Y su popularidad siempre sube cuando se pone la toga de defensor de la seguridad nacional frente al imperialismo.

Otro efecto de las sanciones estadounidenses a los funcionarios venezolanos fue hacer retroceder uno de los pocos aciertos recientes de la política exterior de EE.UU.: el acercamiento de la Casa Blanca a Cuba. El anciano presidente cubano, Raúl Castro, se lanzó contra las sanciones en la tercera semana de marzo, el mismo día en que se iniciaba una tercera ronda de reuniones entre La Habana y Washington.

Es difícil explicarse por qué ha sido tan consistentemente desacertada la política exterior estadounidense. Es cierto que hay alternancia en el poder y que los énfasis y visiones de los  gobiernos demócratas son distintos a los de los republicanos. Es cierto que en Estados Unidos el Ejecutivo y el Legislativo a veces -como ahora- se oponen. La democracia suele no ser unánime. Pero para quienquiera que esté en la Casa Blanca o en el Congreso, los lineamientos de la política exterior de Estados Unidos son fáciles de definir. Y son los mismos que comandan su política interna y están en su propia Constitución, escrita por ese gigante que fue Thomas Jefferson: todas las personas son iguales. Y tienen derechos inalienables como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

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