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El populismo conservador en países desarrollados
Lun, 05/02/2018 - 09:47

Farid Kahhat

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Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

En artículos anteriores discutimos la influencia que el desempeño económico y la desigualdad de ingresos pueden tener sobre la performance electoral del populismo conservador en países desarrollados. Advertíamos que, si bien existe evidencia de que ambos factores influyen en su crecimiento electoral, no bastan para explicarlo.

Por ejemplo, Fareed Zakaria recuerda en un artículo reciente en el Washington Post que también se dio un significativo crecimiento electoral del populismo conservador en países como Alemania u Holanda, en donde el desempeño económico de la última década fue superior a la media europea y en los que no hubo un crecimiento dramático en la desigualdad. Sugiere que lo que esos casos tienen en común con los de otros países que vieron crecer el populismo conservador, es la proporción que las personas nacidas en el exterior representan dentro del total de la población. Entre 1990 y 2017 esa proporción creció de 9,21 a 15,34% en los Estados Unidos, de 7,50 a 14,81% en Alemania y de 7,90% a 12,07% en Holanda.

En la misma línea de argumentación, en su reciente libro “La Plaza y la Torre”, el historiador Niall Ferguson recuerda que la última vez que la sociedad estadounidense alcanzó una proporción comparable de personas nacidas en el exterior (hacia fines del siglo XIX), también hubo un crecimiento de los populismos xenófobos y no sólo de orientación conservadora. En su libro, Ferguson recuerda el caso del dirigente sindical Denis Kearney, quien culminaba todos sus discursos diciendo “Y pase lo que pase, los chinos deben irse”.

Aunque finalmente desaparecieran, movimientos como el fundado por Kearney compartían dos características medulares con el populismo xenófobo de hoy en día. De un lado, el carácter transversal de su convocatoria que, en materia de políticas públicas, atraviesa la división convencional entre izquierda y derecha: algunos de esos movimientos favorecen políticas propias del Estado de Bienestar (asociado en forma habitual con posiciones de izquierda), pero sólo para quienes consideran auténticos integrantes de la nación (proponiendo por ello políticas migratorias draconianas, habitualmente asociadas con posiciones de derecha). De otro lado, como suele ocurrir hoy en día, esos movimientos tuvieron una influencia sobre el debate y las políticas públicas mayor de lo que su respaldo electoral podría sugerir. En Estados Unidos, por ejemplo, propiciaron la aprobación del Acta de Exclusión de 1882, la cual prohibió la inmigración de trabajadores chinos.

Sin embargo, el crecimiento del populismo xenófobo no es una consecuencia natural del incremento en la proporción de residentes nacidos en el exterior. El que esto último tenga esa consecuencia depende cuando menos en parte de las estrategias que adopten los actores políticos. Zakaria, por ejemplo, recuerda que en Canadá la proporción de residentes nacidos en el exterior es mayor que en los Estados Unidos, pero que las políticas del Estado canadiense contribuyeron a neutralizar el respaldo que ello pudiera brindar a la prédica xenófoba que, en efecto, surgió. De un lado, una política receptiva frente a la inmigración, pero con requisitos en materia de calificación laboral; de otro, esfuerzos oficiales por facilitar la integración de los inmigrantes, pero incorporando la diversidad cultural como uno de los rasgos que definen la identidad canadiense.

Ahora bien, incluso en casos como el canadiense experiencias recientes, como la del gobierno conservador de Stephen Harper, sugieren que algunos de esos logros son reversibles.

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