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Ganar o perder el futuro
Vie, 02/11/2018 - 10:29

Héctor Casanueva

Europa y las migraciones: una paradoja
Héctor Casanueva

Héctor Casanueva es profesor e investigador en Historia y Prospectiva de la Universidad de Alcalá de Henares, director del Consejo Chileno de Prospectiva y Estrategia y ex embajador de Chile.

En una mirada prospectiva global, a partir de los datos y tendencias actuales para determinar escenarios futuros posibles y deseables, parece que estamos ganando más que perdiendo el futuro. Sin embargo, "el futuro es mejor de lo que los pesimistas piensan, pero podría ser peor de lo que los optimistas creen", nos dice Jerry Glenn, director del think tank global "The Millennium Proyect" y del "State of The Future Index" (stateofthefuture.com).

Estamos ganando claramente en muchos frentes, como el alfabetismo, la escolaridad, el acceso a la salud, disminuyen la mortalidad infantil, las enfermedades contagiosas, la pobreza extrema cayó de 51% en 1981 a 13% en 2012 y a menos de 10% en la actualidad.

Un indicador de carácter general de cómo estamos progresando, es la esperanza de vida al nacer, aunque como se trata de un promedio, hay que tener cuidado y verlo desagregado para apreciar las desigualdades. El promedio mundial ha aumentado de 46 años en 1950 a 72 años en la actualidad. Las desigualdades disminuyen, pero, pese a estos avances, persisten en alto grado. Por ejemplo, el promedio de esperanza de vida en la Unión Europea es de 81 años, pero en África es de 60, aunque ha aumentado seis años en una década. En Chile el promedio es de 79,5 años, siendo de 80 años para hombres y 85 para mujeres, cifras similares a las de Bélgica y cercanas a las de España. Para América Latina, es de 75 años, aunque en Haití es solo 63 años.

Según la OMS, los recién nacidos de 29 países -todos ellos de ingresos altos- tienen una esperanza media de vida igual o superior a 80 años, mientras que los recién nacidos de otros 22 países -todos ellos en el África subsahariana- tienen una esperanza de vida inferior a 60 años.

Por otra parte, aún hay 156 millones de menores de cinco años que sufren retraso en el crecimiento y 42 millones de menores de cinco años con sobrepeso. 1.800 millones de personas beben agua contaminada y 946 millones de personas defecan al aire libre. 3.100 millones de personas dependen principalmente de combustibles contaminantes para cocinar.

La concentración de la riqueza está aumentando, las brechas de ingresos se están ampliando, el crecimiento económico sin empleo parece la nueva norma y el retorno de la inversión en capital y tecnología es generalmente mejor que el trabajo.

3.800 millones de personas, el 52% de la población mundial, está conectado a Internet, aproximadamente dos tercios del total mundial tiene un teléfono móvil y más de la mitad dispone de teléfonos inteligentes. En este contexto, la inteligencia artificial impulsará el desarrollo de la computación cuántica, y luego ésta potenciará aún más el desarrollo de la inteligencia artificial, sinergia que podría impulsar exponencialmente el desarrollo en áreas fundamentales como la agricultura, la alimentación, la medicina y la gestión ambiental y urbana. Pero esta aceleración podría crecer fuera de control y tornarse contraria a la especie humana, como lo han advertido Hawkins y un grupo de científicos de todo el mundo.

El Índice del Estado del Futuro del Millennium Project muestra que el mundo puede continuar mejorando en los próximos 10 años; sin embargo, lo que estamos perdiendo es grave: las proyecciones de tendencia para el agua, la alimentación, el desempleo, el terrorismo, el crimen organizado y la contaminación, indican que se podrían crear futuros complejos y hasta desastrosos.

La Humanidad tiene los medios para evitar estos desastres y construir un gran futuro, pero hay demasiadas decisiones y cambios culturales, necesarios para mejorar nuestras perspectivas, que son postergadas o directamente no son adoptadas por los gobiernos, las empresas e incluso los organismos internacionales.

Un cierto inmediatismo de la acción política, cuando está ausente de liderazgos fuertes capaces de proponer y especialmente sostener medidas de largo plazo, y la búsqueda inmediata de la ganancia por parte de las empresas, son una combinación y un condimento nefasto que impide adoptar esas decisiones.

Asimismo, para sustentar decisiones de largo plazo, se requiere un entendimiento por parte de la opinión pública, acerca de la conveniencia de que ciertas políticas económicas y sociales vayan más allá de la coyuntura. Ello exige, entre otras cosas, un sistema educativo que desde temprano incorpore una cultura de la responsabilidad común sobre la calidad de vida de la comunidad: la responsabilidad cívica debe ser uno de los componentes de una educación en valores.

La toma de decisiones a nivel mundial y local podría mostrar signos de mejoría si los gobiernos implementaran efectivamente el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, la Agenda 2030 de la ONU para el Desarrollo Sostenible, las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, de la Organización Mundial de Comercio y otros organismos internacionales.

Pero el cuestionamiento por parte de Estados Unidos al Acuerdo de París, a la OMC y la guerra comercial iniciada con China, los conflictos étnicos que todavía persisten, las migraciones masivas sin políticas humanitarias, la postergación de los derechos de las mujeres a la plena vida en sociedad, la amenaza nuclear latente, y otras patologías internacionales como el narcotráfico, el terrorismo, la corrupción o el crecimiento del populismo nacionalista, son evidencias de que del camino hacia un mundo mejor no está pavimentado.

Lo que debe estar claro, es que, para ganar el futuro, los desafíos que tenemos ante nosotros son globales y locales a la vez, y deben ser enfrentados global y localmente. Ningún país ni región puede hacerlo por sí solo, y si bien algunos de nuestros países podemos estar relativamente satisfechos porque ciertos indicadores generales nos sitúan en posiciones de avanzada a escala global y regional, nos queda mucho por avanzar hacia el desarrollo integral, y eso sólo es posible mediante políticas públicas conectadas con la integración regional y el sistema internacional. La Agenda 2030 con sus Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas y el Acuerdo de París sobre el cambio climático son un marco y un horizonte para ello.