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Las monedas alternativas, un sobrio experimento social
Mié, 21/09/2016 - 09:03

Fernando Chávez

Los saldos económicos de la guerra mexicana contra el poder narco
Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

La historia del dinero es milenaria, casi tan antigua como la historia humana. En nuestros días la gigantesca masa de dinero que se mueve especulativamente a diario en la aldea global es controlada por individuos acaudalados y, claro, por poderosas corporaciones financieras de todo tipo. Aunque los bancos y el crédito bancario son componentes decisivos en la institucionalidad capitalista contemporánea, se perciben en muchos círculos sociales del planeta como un “mal necesario”. En su ADN llevan este pecado original, decretan sus críticos implacables sin el menor asomo de duda o vacilación.

Por otra parte, los bancos centrales, menos antiguos que los bancos y el crédito bancario, han funcionado esencialmente desde el primer tercio del siglo XX como “banco de bancos”, como prestamistas “en última instancia” (de los mismos bancos privados) y, prioritariamente, como emisores monopólicos de las monedas nacionales. Están diseñados para regular y vigilar a los principales agentes del sistema financiero: los bancos y los intereses de sus dueños, en aras de alcanzar y vivir en el reino onírico de la estabilidad monetaria y financiera. Sin embargo, sus políticas monetarias y financieras, basadas en normas y regulaciones de diferente calado, no han eliminado, ni mitigado siquiera, la inestabilidad congénita del capitalismo moderno, la que se expresa en traumáticos desórdenes monetarios y financieros de consecuencias demoledoras en el empleo y el bienestar de los asalariados, incluyendo a las frágiles clases medias que, en su gran mayoría, fincan su prosperidad presente y futura en el crédito bancario. 

En el mundo hay ahora 181 monedas de curso legal dentro de las fronteras establecidas y avaladas por los estados nacionales, en su mayoría muy vulnerables; unos cuantos, son inmensos y pujantes, con vocación imperial incurable. Consecuentemente, hay cuatro zonas monetarias “exclusivas” que reflejan el predominio financiero de grandes países y de sus bloques regionales que dominan. Tales zonas conviven lógicamente en una inevitable tensión endémica: la del dólar americano, del euro, del yen y recientemente, del yuan. 

La zona euro, de breve y accidentada existencia, surgió como un recurso para transnacionalizar el uso de dicha moneda que permitiera, eso se proclamó en su etapa fundacional, un futuro comunitario de prosperidad y paz en esa parte del planeta. Hoy salta a la vista que fue algo desmesurada la ambición monetaria integracionista, dadas las crudas realidades que fueron mostrando las flaquezas, yerros y conflictos en el manejo del euro. Y las reformas hechas y por hacerse para levantar su estropeada reputación exhiben vicios ocultos de origen. 

El impacto de la Gran Recesión de 2008 originada en la “locomotora de la economía mundial” (Estado Unidos) terminó perturbando inexorablemente las zonas monetarias mencionadas. Los saldos mundiales de dicha catástrofe económica se han superado sólo parcialmente, con una recuperación que ha sido lenta, quebradiza e incierta. Hoy volvemos a tener visiones apocalípticas del futuro económico, agravadas por el cambio climático, las guerras de todo tipo, el terrorismo de diverso origen, los múltiples conflictos étnicos-religiosos y las migraciones masivas; nadie con dos dedos de frente puede negar la punzante existencia de estos sucesos ominosos para la especie humana.

Mientras los estados nacionales y los organismos internacionales procuran infructuosamente revertir por muchos medios tradicionales la inestabilidad monetaria y financiera mundial vigente, con daños ruinosos en la producción, en el empleo y en el comercio globales, en muchas pequeñas localidades de algunos países se ha reforzado una añeja línea de “resistencia monetaria” para sobrellevar esta larga temporada de vacas flacas con su secuela inevitable de frustración y desilusión sociales, especialmente entre los jóvenes que son excluidos de la economía formal. 

¿A qué me refiero? Al desarrollo creativo de sistemas monetarios alternativos y complementarios con los oficialmente existentes: se crean monedas “sociales” que estimulan la actividad productiva y comercial de esas pequeñas comunidades paralizadas y empobrecidas, al margen de las monedas oficiales, donde el crédito bancario es caro y escaso. El laboratorio monetario que así ha surgido despierta las fuerzas productivas pasmadas por el desplome súbito de la economía global de mercado. Se trata de recuperar y aprovechar, mediante la inyección de “dinero fresco”, las capacidades y competencias productivas de pequeños productores y comerciantes que hoy están atrofiadas. 

En fuentes informativas dudosas se presume que en todo el planeta hay poco más de 1.000 monedas alternativas que desde hace no muchos años están reactivando la producción y el comercio de pequeños productores, independientes de los grandes poderes económicos y financieros del capitalismo tradicional, los que caminan en los laberintos del dinero oficial de cada nación. La emisión y distribución de estos medios de pago complementarios se ha generado en clubes de productores que, sin esas monedas comunitarias, estarían desaprovechando -a un alto costo social y familiar- sus tierras, sus herramientas, sus equipos de trabajo y, sobre todo, sus destrezas laborales de diverso tipo. Sospecho que no se trata de fomentar con este sistema monetario alternativo una utopía anticapitalista, aunque la ideología de sus fundadores y operadores tiene un halo que reprueba la competencia feroz y reivindica la cooperación organizada, así como valores mutualistas y prácticas solidarias. 

En el lenguaje de K. Marx, se intenta regresar al mundo idílico de la “producción mercantil simple” (al capitalismo nostálgico, digo yo), la que clásicamente antecede a la gran producción capitalista masiva de bienes y servicios, donde la acumulación de capital se acelera con su centralización monopólica. En estos sistemas monetarios alternativos, de auténticos “pequeños burgueses”, simples microempresarios, no se propone la supresión de la propiedad privada ni se quiere eliminar el trabajo asalariado y ni mucho menos el comercio lucrativo. Solamente se reivindica el derecho social a crear medios de pago o dineros alternativos que, con los recursos productivos y las relaciones de propiedad existentes, reanimen la producción y el intercambio de bienes y servicios, sobre todo de aquellos que están casi siempre en la categoría de los básicos.

Las monedas alternativas no eliminan el uso y beneficio de las establecidas legalmente y conviven entre sí de modo provechoso y pacífico (hasta ahora). La reactivación productiva y comercial conseguida favorece el autoempleo, el empleo y el bienestar de todos los ciudadanos involucrados directa e indirectamente en esta experiencia monetaria, que tiende a expandirse lentamente en las localidades y regiones donde nace. Así, surge un incipiente mercado de divisas entre tales monedas, pero con limitaciones prácticas y jurídicas que no pueden ser ignoradas. 

Los bancos centrales, los ministerios de hacienda o finanzas y las leyes que los rigen en sus estrategias monetarias y financieras podrían hostigar y suspender estos laboratorios monetarios de inspiración ciudadana que reivindica el trabajo individual o familiar y sus frutos honrados. Sería un grave error y una atroz injusticia que las autoridades monetarias reprimieran y hostigaran estas gestiones monetarias emprendedoras de las bases ciudadanas.  

Hay un arduo trabajo legislativo que se debe promover para consolidar estos corredores monetarios “autonómicos” en los pequeños pueblos de la aldea global. Hay que facilitar y regular su inserción formal en la economía de mercado. El bimonetarismo que siembran es eficaz y honorable; constituye una práctica social legítima que está facilitando una reactivación económica más robusta en las regiones y localidades castigadas por la indómita recesión económica mundial de estos ocho últimos años.