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Un consejo para Hillary
Vie, 16/07/2010 - 15:10

Peter Hakim

El errado estreno de la diplomacia nuclear de Brasil
Peter Hakim

Peter Hakim, presidente de Diálogo Interamericano y Consejero Editorial de AméricaEconomía.

El reciente viaje de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, a América Latina, su séptima visita en 18 meses, fue un impulso para las incómodas relaciones que Washington tiene con la región. Pese a que el desacuerdo sobre Honduras continúa, la reunión anual de ministros de relaciones exteriores de la OEA estuvo libre de las controversias del año pasado.

En Quito, Clinton fue capaz de sacarle una sonrisa al presidente Rafael Correa, un aliado de Venezuela, y distender algunas de las tensiones en las relaciones entre Ecuador y Estados Unidos. Su visita a Bogotá sirvió para asegurar a los colombianos sobre el compromiso estadounidense en la batalla contra las guerrillas y las mafias de la droga, aunque la aprobación fi nal del tratado de libre comercio aún esté lejos.

En Barbados, la secretaria de Estado anunció más fondos para financiar la lucha contra los narcotraficantes en el Caribe, algo que las islas de la región han pedido hace tiempo. Sin embargo, resultó desconcertante escuchar a Hillary Clinton referirse constantemente a los países del hemisferio como una “comunidad”. En la OEA habló acerca de los valores “que nos unen como comunidad de naciones”.

En Ecuador prometió promover una comunidad más verdadera de las Américas”. Debo admitir que en 1993 escribí un reporte sobre las relaciones hemisféricas titulado “Convergencia y Comunidad”. Pero eso fue cuando EE.UU., México y Canadá prometieron unir sus economías en el tratado de libre comercio (NAFTA). Al año siguiente, todas las naciones excepto Cuba concordaron en negociar un acuerdo de libre comercio hemisférico para crear un bloque comercial y económico que compitiera globalmente.

A inicios de los años 90, las resoluciones de la OEA hacían un llamado a una acción colectiva para defender la democracia en caso de ser amenazada. Desde entonces las negociaciones para una integración económica han colapsado. Aunque en 2001 se aprobó la Carta Democrática Interamericana, no se ha usado y hoy no existe un consenso serio sobre cómo lidiar con las violaciones a las prácticas democráticas.

La verdad es que la idea de una comunidad del hemisferio occidental ya no calza bien con las realidades de los asuntos interamericanos. Y es poco lo que se puede hacer para resucitarlo. No se trata sólo de que el progreso hacia una cooperación económica y política se haya estancado.

También han entrado en juego varias fuerzas centrífugas. Algunos países están empeñados en promover nuevos acuerdos multilaterales que excluirían a EE.UU. y Canadá. No se trata de una tendencia mala, ni hay que considerarla un golpe a los intereses estadounidenses, pero sí pone en duda la noción de una comunidad hemisférica.

Lo mismo sucede con las divisiones ideológicas y políticas transversales entre los países de América Latina y sus desacuerdos sobre el papel que EE.UU. debería desempeñar en la región. Aunque tal vez sea un fenómeno pasajero, hoy Washington confronta a un número mayor de adversarios declarados que en cualquier otra época reciente.

Además, EE.UU. tiene que competir cada vez más con actores externos por la influencia en la región, en especial China, que ahora es el principal socio comercial de Brasil y Argentina. Casi todos los países de la región quieren tener buenas relaciones con EE.UU. 

Todos los gobiernos entienden cuán vital es la economía estadounidense para su propio futuro económico. Saben que necesitan a EE.UU. como mercado exportador, necesitan sus inversiones, las remesas y su tecnología. Pero pocos líderes latinoamericanos apoyarían hoy la visión de que el hemisferio es una comunidad.

La pregunta central es si esta visión es una exageración inocua o si distorsiona la realidad de las relaciones de una manera que pueda generar políticas malas. Mi impresión es que la visión de “comunidad” de la secretaria de Estado aún no ha afectado los juicios políticos. 

El peligro está en que Washington crea que las tensiones que existen en el hemisferio se pueden remediar fácilmente porque somos una comunidad. Quisiera instar a Clinton a que viaje aún más a la región.

Y la animaría a descontinuar, al menos por un tiempo, sus esfuerzos por elaborar un enfoque conceptual de las relaciones interamericanas. En vez de ello, debería enfocarse en los desafíos concretos que encara EE.UU., como la necesidad de fortalecer los lazos económicos, contener las fricciones con Brasil y lidiar con la reforma migratoria y asuntos de narcotráfico que son centrales para su relación con México, Centroamérica y el Caribe.

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