Pasar al contenido principal

ES / EN

Bioeconomía y la Amazonía
Vie, 04/10/2019 - 14:33

Roberto Salas Guzmán

Un nuevo enfoque gerencial
Roberto Salas Guzmán

Roberto Salas Guzmán es ecuatoriano, economista de la Universidad Católica de Guayaquil. Posee un MBA de ESADE (España) y de la Universidad Adolfo Ibáñez (Chile). Así como estudios de gerencia en Kellog Business School de la Northwestern University y en Wharton Business School de la University of Pennsylvania. Es ex CEO de Masisa SA, fundador de Sustainable Management Iniciative, director de empresas, columnista y expositor.

La mejor forma de preservar el principal bosque tropical del planeta es interviniéndolo de manera responsable y a escala para darle valor y significancia económica, además de su relevancia ecológica. De esta forma añadiría un valor social importante al incluir comunidades locales a ser parte de nuevas cadenas productivas sustentables que apoyan el desarrollo local, a la vez que evitan la deforestación.

Esto no excluye los esfuerzos por mejorar los sistemas de combate de incendios y la supervisión estricta para evitar la tala ilegal indiscriminada, que es la principal causa de los incendios, pero sin duda una intervención responsable ayudaría a prevenir estos riesgos al haber mayor presencia organizada en la zona.

Ya lo habíamos visto a través del Consejo de Administración Forestal (Forest Stewardship Council), máxima referencia en certificación de bosques manejados sustentablemente, que acepta y regula que los bosques protegidos y las reservas forestales puedan ser intervenidos dentro de ciertos parámetros y requerimientos para beneficio del bosque mismo y de las comunidades locales. Dado que estos tienen valor económico cero, la intervención regulada permite obtener riqueza de la biodiversidad y recursos biológicos presentes en el bosque que pueden ser extraídos y comercializados, generando beneficios para consumidores, comunidades nativas y empresas incorporadas en la cadena de valor.

Una interdependencia de altísimo valor

En este sentido, la Bioeconomía y la Amazonía tienen algo en común. Se necesitan para coexistir a largo plazo. Una perfecta relación interdependiente, de alto valor para el planeta, sí es posible lograra creando un ecosistema de innovación que aproveche la biodiversidad y evite la sabanización del área, lo que implicaría cambios en la vegetación, menor biodiversidad y temporadas secas más largas. Asimismo, generaría la reducción en la captura de dióxido de carbono, lo que ocurriría si se sobrepasa el punto de no retorno, que es llegar al 25% de la deforestación del área, lo que se calcula que pasaría entre 20 a 25 años más de no reducirse el ritmo actual. De hecho, la cuenca del Amazonas cubría originalmente 6,2 millones de kilómetros cuadrados, compartidos por nueve países, y en las ultimas décadas ha perdido 1 millón de kilómetros cuadrados por la deforestación, debido a actividades como cría de ganado, agricultura y minería, principalmente.

El profesor y científico brasileño Carlos Nobre, viene proponiendo una nueva vía para evitar esto, exponiendo algunos ejemplos que demuestran el potencial de esta alternativa que él llama la Tercera Vía o Amazonía 4.0, en adición a la preservación y la producción agropecuaria, forestal y minera intensiva, que son insuficientes. Además, la mayoría de los productos de la Amazonía, como carne, soya y madera, son consumidos localmente, no exportados, por lo que es también importante transparentar el origen de los productos, certificando que no vienen de deforestación ilegal y promover el consumo responsable.

Ejemplos no faltan

Un ejemplo es la comercialización de acaí, una fruta tradicional y de consumo local de los bosques amazónicos, rica en antioxidantes y omega 3, 6 y 9. Esta previene el envejecimiento, el cáncer y las enfermedades cardiovasculares. Su pulpa se ha convertido en uno de los alimentos preferidos para jóvenes y no tan jóvenes de diversos países del mundo, además de ser usada en aplicaciones en cosmética, generando una industria de más de un billón de dólares anuales, la que beneficia a alrededor de 250.000 productores.

La guayusa, una hoja con atributos energéticos, propia de los bosques amazónicos ecuatorianos, es otra especie usada en las industrias de cosmética, farmacéutica y química. 

Estos ejemplos remarcan que, a través de alianzas con centros de innovación, fundaciones y comunidades locales, se podría potenciar la obtención de magníficas materias primas ancestrales para modernas soluciones.

Iniciativa más rentable en lo económico, social y ambiental

La ventaja de estas iniciativas es que además de proteger los bosques, a través de una intervención positiva que apoya su preservación, maximizan la creación de valor al ser más rentables en lo económico que la soya, la ganadería y la producción de madera. En adición, tienen un enorme potencial de impacto social inclusivo, ya que incorporan a decenas de miles de familias rurales abocadas a la recolección y el procesamiento primario de estos subproductos, generando empleo e ingresos a estas poblaciones. 

Por último, pero no menos importante, este modelo aseguraría el rol ambiental de los bosques de manera sustentable y en el largo plazo, al reducir o eliminar la deforestación por incendios provocados para aumentar la producción agrícola, minera, ganadera o forestal.

La idea de una bioeconomía basada en el bosque no es algo nuevo. El elemento innovador que se propone es la aplicación de tecnologías modernas para aplicar nuevos conocimientos y capacidades, como el uso de internet, inteligencia artificial, ingeniería genética o molecular, nanotecnologías, entre otras, para agregar valor y alcanzar nuevas escalas con los productos producidos localmente.

Obviamente, esta vía no es aplicable a todas las áreas forestales nativas que existen en la Amazonía, y por eso tampoco descarta la aplicación de las dos vías o soluciones predominantes como la preservación y el uso de tecnologías intensivas en la producción de los sectores causantes de deforestación. Sin embargo, en los casos donde la biodiversidad permite una utilización que puede ser explotada responsablemente y preservando la esencia del bosque, es mejor hacerlo en beneficio de la propia naturaleza, las comunidades y el desarrollo tecnológico de nuevas soluciones.

En conclusión, armar ecosistemas de innovación abiertos y colaborativos, donde empresas productoras, firmas de tecnología, centros científicos, comunidades, organizaciones no gubernamentales, universidades y autoridades locales puedan trabajar juntos, aprovechando a escala los activos biológicos y biomiméticos (proceso de aplicar a problemas humanos soluciones procedentes de la naturaleza) de la biodiversidad. Hacer alianzas distributivas de valor no es tarea fácil y, normalmente, las capacidades necesarias para hacerlo funcionar no están siempre presentes. Sin embargo, el conocimiento existe y puede ser alcanzado si el interés de las partes puede ser consensuado y se trabaja de buena fe en cuanto a lograr una visión conjunta de impactos positivos, intenciones convergentes, con transparencia y profundidad en los acuerdos.