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La mala felicidad
Mar, 02/04/2019 - 10:56

Telmo Peña Amaya

Telmo Peña Amaya
Telmo Peña Amaya

Telmo Peña Amaya es rector del Vermont School de Medellín.

Un tema recurrente, que se oye entre las familias que acuden a los colegios, es que ante todo quieren que sus hijos sean felices. Y al indagar sobre qué es felicidad para ellos, muchos de los acudientes aluden a que es necesario que los niños jueguen, se diviertan y que no estén todo el tiempo estudiando, haciendo tareas y pensando en el colegio.

Debido a la importancia que estos le asignan a la felicidad, creo necesario revisar con detenimiento la definición de felicidad, un concepto común en el diálogo que se produce en los colegios. 

Existen tres consideraciones a revisar: 

1.- La concepción implícita de que en el colegio no se juega: Si bien hay momentos de instrucción que son convencionales en donde se espera, como en cualquier aprendizaje, que el educando siga unas instrucciones específicas dadas por el instructor, los niños constantemente juegan a ser científicos en la clase de ciencias, escritores en la de lenguaje, ingenieros en la clase de física o ciudadanos en los recreos y en los momentos de interacción colectiva. En definitiva, los colegios en sí son una simulación de la realidad y de la vida, por tanto, son un lugar de juego por excelencia.

2.- La tarea va en contra de la diversión y del desarrollo formativo: Si bien hay tareas absurdas como las que termina haciendo el padre de familia solo y trasnochado, o los 100 ejercicios repetitivos que se deben hacer en tiempos récord, hay que entender que las tareas forman hábitos de trabajo independiente. El desarrollo del trabajo autónomo y disciplinado es clave; en la educación superior cerca del 80% del aprendizaje es adquirido autónomamente y por fuera del salón de clase. Adicionalmente, en el ejercicio profesional serán escasas las ocasiones en que el jefe se siente a enseñarle al profesional. Por el contrario, se le asigna un reto al empleado y se espera que posea las competencias para resolverlo y cumplir con los objetivos. Por lo tanto, nunca es demasiado temprano para trabajar en la autonomía, más aún cuando la ciencia nos ha demostrado que los hábitos aprendidos en la niñez son excelentes predictores del adulto y del profesional que tendremos en el futuro.

3.- Pensamos que la felicidad es un objetivo y no nos damos cuenta que es una consecuencia: La idea de "felicidad" para un padre de familia no es la misma que para su hijo. Además, los imaginarios de felicidad, de familia a familia, podrían ser distintos. Realmente la felicidad es la consecuencia de tomar buenas decisiones, y para esto es clave que formemos en los niños el pensamiento crítico, de tal forma que escojan adecuadamente su profesión, su pareja e incluso hasta el presidente de turno. Para formar el pensamiento crítico es necesario la rigurosidad, el trabajo constante y la perseverancia; de lo contrario, estaremos educando para una mala felicidad, donde los niños terminan haciendo lo que quieren en un malsano libertinaje, o peor aún, esperando que los demás tomen las decisiones por ellos para evitarles sufrimientos.

Es preocupante el discurso colectivo de la felicidad del momento. Evidencia que estamos más preocupados por el bienestar inmediato y la sonrisa temporal. Sin embargo, una educación con propósito, con acento  en la formación de la autonomía y del desarrollo del pensamiento crítico, debe ser lo que una a los padres de familia con los colegios, para construir juntos un desarrollo social y económico sostenible y perdurable.