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¿Soberanía v/s multilateralismo?
Jue, 20/12/2018 - 10:58

Héctor Casanueva

Europa y las migraciones: una paradoja
Héctor Casanueva

Héctor Casanueva es profesor e investigador en Historia y Prospectiva de la Universidad de Alcalá de Henares, director del Consejo Chileno de Prospectiva y Estrategia y ex embajador de Chile.

Los países pueden decidir soberanamente lo que quieran, en cualquier materia. Pero justamente cuando este principio se aplicó de manera irrestricta, porque lo que unos querían estaba en contradicción directa a lo que otros deseaban, fue que llegamos a dos guerras mundiales y muchas otras regionales. Incluso algunas hasta nuestros días. Por eso que después de la Segunda Guerra Mundial logró cuajar la conciencia universal de que la forma de asegurar la paz era la cooperación entre los Estados, sobre la base de un marco común de referencia.

Empezamos por crear las Naciones Unidas (antes la Liga de las Naciones, siendo Chile un actor relevante en ambas), adoptando la Declaración Universal de los DDHH, la Unesco ("construir la paz en la mente de los hombres y mujeres") y sucesivos acuerdos que desde entonces han ido dando forma a una verdadera comunidad internacional, aún limitada e imperfecta, pero que ha significado avances sustantivos en paz, desarrollo y cooperación. Gracias a este espíritu y conciencia multilateral, es que hoy el mundo está mucho mejor en los indicadores sociales, económicos y culturales. Y estará aún mejor si se cumplen los objetivos de la Agenda 2030 de Naciones Unidas.

Como ahora estamos en una globalización irreversible, los desafíos son comunes, sin fronteras, como el cambio climático o la pobreza, por citar dos que están en la raíz de las migraciones actuales, es mejor armonizar y converger -no se trata de subordinar unos estados a otros, ni someterse a arbitrarias reglas internacionales-, compartiendo visiones y creando instrumentos, para avanzar juntos en la solución de los desafíos globales. El Millennium Project fija 15 desafíos globales a enfrentar mediante el consenso de los estados y las sociedades, en una nueva “inteligencia colectiva”, y la ONU, por unanimidad, fijó hace dos años 17 objetivos de desarrollo sostenible y 169 metas, en la llamada Agenda 2030, con el propósito de terminar con la extrema pobreza en el mundo, y por lo tanto, atacando sus causas desde todos los ángulos y en todos los ámbitos.

Entonces, armonizar las políticas públicas internas, con lo que pasa en el contexto regional (integración) y global (sistema multilateral), y ponerse de acuerdo con los demás cooperativamente para ello, parece lo más sensato, además de útil y conveniente. Promover la cooperación para la paz y el desarrollo, fortaleciendo el sistema multilateral, es lo que resguarda y da un espacio de mayor equidad a los países pequeños, intermedios o menos adelantados.

No creo necesario explayarme, por ejemplo, en todos los beneficios que han obtenido y tienen nuestros países en cooperación internacional para el desarrollo, que muchos han aprovechado intensivamente. Así como los derivados de pertenecer al sistema multilateral de comercio (OMC), propiedad intelectual (OMPI), la OCDE, Conferencia de Desarme, salud (OMS, OPS), ciencia y tecnología, y productivos acuerdos comerciales que no serían posibles sin el contexto global de apertura en que estamos actuando.

En definitiva, si nos subimos a la regresión que significa la contratendencia emergente, o sea, volver a cerrarse, alentar el proteccionismo comercial, retornar a la simple confrontación de intereses, como si no existieran los problemas comunes; a paralizar y por tanto a revertir los avances en igualdad, desconocer que en la era digital, de la globalización de los mercados y los cambios de la IV Revolución industrial sólo construiremos un mundo mejor para todos mediante la cooperación internacional, estaremos haciendo un flaco favor a los intereses de nuestra población.

Mejor es estar en los foros con los demás, discutir, buscar los consensos y la armonización de posiciones, y en ese contexto, decidir soberanamente nuestras políticas públicas. Por eso que adherir al Pacto sobre Migraciones, u otros acuerdos globales o regionales, va en la dirección correcta. Lejos de afectar nuestra soberanía, más bien la refuerza, porque lo que hagamos internamente, tendrá sintonía real con el contexto global en que vivimos, seguiremos contando con el pleno respeto de la comunidad internacional y servirá a los intereses convergentes de todos.

Esta reflexión de fondo está faltando. Una reflexión que estuvo presente históricamente en los ámbitos de decisión de nuestras sociedades, pero que en algunas partes se ha desdibujado por tergiversaciones, simplificaciones y anatemas en medio del debate sobre el Pacto migratorio de la ONU.

Tal vez la reflexión de fondo sobre lo que significa pertenecer al sistema multinacional, deba ser renovada, impulsada por los propios gobiernos, los partidos políticos, las universidades, ONGs y otras organizaciones de la sociedad civil, y nuestros organismos regionales como la ALADI y el SELA. Necesitamos retomar con seriedad, debidamente informada la ciudadanía, los principios y bases de una política exterior latinoamericana, que sea consecuente y consistente con la historia y con el futuro, sin vaivenes, ideologismos, ni sometimiento a coyunturas distorsionantes.

La falta de esta consecuencia y consistencia, ha traído como consecuencia que algunos relevantes actores de nuestra región, estén ausentes de un consenso internacional en el que sí que se han comprometido incluso países que sufren una enorme e interminable inmigración -como Alemania, Francia o España- pero que entienden que a este fenómeno imparable hay que regularlo, ordenarlo y ponerlo en sintonía con una realidad demográfica, económica y de seguridad. Las migraciones son una realidad que se origina por expulsión o por atracción, o por ambas. Para eso, no basta con cerrar fronteras, que siempre son permeables, ni políticas represivas que abren espacios a la xenofobia, la aporofobia y el odio, sino cooperar con los países de origen, cooperar entre los países de destino, y además, aprovechar la utilidad que representa para el reforzamiento de las economías y los sistemas de seguridad social, el contar con población que supla el envejecimiento de las sociedades -fenómeno que ya vivimos incluso en Chile, Argentina o Uruguay, sin ir más lejos- y que a poco andar veremos amenazada la sustentabilidad de las pensiones y la protección social.