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Unidad democrática, alternativa al neopopulismo
Jue, 03/05/2012 - 20:34

Marcelo Ostria Trigo

¿Volver a Charaña?
Marcelo Ostria Trigo

Abogado boliviano, fue Encargado de Negocios en Hungría (1971-1973), Embajador en Uruguay (1976-1977), Venezuela (1978), Israel (1990-1993) y Representante Permanente ante la OEA (1999-2002). Se desempeñó como Secretario General de la Presidencia de la República (1997-1999) y como Asesor de Política Exterior del Presidente de la República (2005). En el Ministerio de Relaciones Exteriores, entre otras funciones, fue Director de Asuntos de América Latina, Director General de Política  Exterior y Viceministro de Relaciones Exteriores. Es columnista de los diarios El Deber de Santa Cruz (Bolivia),  El Nacional (Tarija, Bolivia) y de Informe (Uruguay). Ha publicado los libros “Las negociaciones con Chile de 1975” (Editorial Atenea, 1986), “Temas de la mediterraneidad” (Editorial Fundemos), 2004) y “Baladas mínimas” (Editorial El País, 2010).

Las pugnas políticas alimentadas por acusaciones calumniosas se han vuelto tan frecuentes en los países de América del Sur y Central comandados por líderes "bolivarianos", que han pasado a ser parte de nuestra cotidianidad. Este fenómeno, antes confinado a la infamia individual, parece haberse vuelto parte esencial de la estrategia política de un neopopulismo inspirado en el régimen del presidente venezolano Hugo Chávez , seguido rigurosamente en Bolivia, Ecuador y Nicaragua.

Se hurga en el pasado con la esperanza de encontrar culpables -siempre los adversarios- y consagrar a inocentes: sus conmilitones. Este parcializado y perverso empeño de perseguir a los oponentes políticos produce miedo, resentimientos, denuncias públicas -ciertas y falsas- y revanchas por daños reales o imaginarios.

Para algunos encaramados en el poder todo es culpa del pasado, cuando en realidad se trata de una historia mal contada y peor interpretada, con el fin de justificar una irracional tendencia a la “venganza popular” que, en verdad, arremete contra valores culturales y espirituales; en el caso boliviano con el anacrónico afán de restablecer un imposible imperio andino incaico -nada democrático, por cierto-, con valores distintos a los de la Patria republicana que surgió de la gesta emancipadora.

No se toma conciencia de que “la sociedad tiene el deber de recordar su pasado, pero no puede quedar prisionera de él ni hipotecar su porvenir sembrando permanentes divisiones”. (Editorial de La Nación. Buenos Aires, 29 de abril de 2012).

El efecto destructivo que conlleva la división, se acrecienta cuando afloran las dificultades y arrecian las protestas ciudadanas. Ante ello, los populistas apelan, con mayor despliegue, a la propaganda perversa que todo lo distorsiona. Se sigue la máxima de Joseph Goebbels “miente, miente, miente que algo quedará; cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá”. Ahora los que mienten van más allá: no sólo esperan convencer, sino que ellos mismos van creyendo sus afirmaciones mendaces. Y, cuando no se convence, se apela a la amenaza o a la prebenda. Entonces aflora el miedo y -¡horror!- hay quienes están dispuestos a recibir las dádivas que enajenan conciencias.

Por cierto, hay miedos que, siendo comprensibles, contribuyen a la división; división que en verdad alcanza tanto a los opositores como a los populistas que detentan el poder. Así, se van fragmentando las tendencias políticas, haciendo incierto el futuro nacional; ese futuro que ahora se desfigura, pues los neo-populistas lo presentan como prometedor y los opositores como la inexorable disgregación nacional.

Todo, para el oficialismo, es blanco o negro. No hay lugar para la concertación: “el que no está conmigo está en contra mía” es la burda paráfrasis usada por el populismo. Así, fueron naciendo las leyendas negras, como aquella que ensalza como héroes a unos violentos, mientras que a los otros, los adversarios, se los persigue como delincuentes. Se pretende que es justo el perdón y el olvido para los seguidores, pero que es apropiada la revancha implacable para los otros.

Las consecuencias de esto vendrán después. Primero será el desbande ante el inminente y ostensible fracaso del  modelo “chavista”.

Un peligro: puede continuar el corsi e ricorsi de las recurrentes violencia y contra-violencia, de los odios que generan odios, de la terca división entre conciudadanos… Pero, quizá aún haya espacio para hacer que renazca la esperanza.

La única alternativa a la división es la unidad, pero no la que lleva subyacente la pretensión de uniformar tendencias y convicciones.

Hay unas cuantas bases razonables que pueden hacer viable un curso de acción aunado como cruzada de salvación nacional: la vigencia efectiva de la democracia, el rescate y el fortalecimiento de las instituciones republicanas, el respeto por las convicciones ajenas y, al fin, la libertad plena para todos los integrantes de una sociedad bien consolidada.

La unidad puede marcar el quiebre de la pretendida hegemonía eterna del neopopulismo en nuestro continente; tendencia que es la de Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador y Ortega en Nicaragua, y que será la que, según claros indicios, también predomine en el oficialismo boliviano con miras a las elecciones de 2014.

Ese afán neopopulista también se manifiesta en el neoperonismo argentino. Hay una abanderada que propone con insistencia la repetida reelección de la actual mandataria que hace poco inició su segundo período presidencial. La diputada kirchnerista Diana Conti “reclamó ayer una nueva reforma constitucional para habilitar la posibilidad de que Cristina Kirchner (la “Cristina eterna”, según la parlamentaria oficialista) pueda presentarse como candidata en 2015” (“Insisten en la re-reelección y rechazan el parlamentarismo”. La Nación. Buenos Aires, lunes 30 de abril de 2012). Hay otra corriente en el oficialismo argentino que alienta la temprana candidatura de Máximo Kirchner –hijo de la actual mandataria y del difunto ex presidente Néstor Kirchner–, que es el líder de “La Cámpora”, una agrupación dentro del peronismo oficial, a ser el heredero de una alternativa cada vez más cercana al castrismo y al neopopulismo de Chávez.

Claro que hay un “aggiornamento” en los métodos del populismo. Ha quedado atrás la simple imposición de un caudillo eterno como Fidel Castro, a quien la enfermedad y la senectud alejaron del liderazgo, pero, eso si, creando una suerte de sucesión familiar, como en las desaparecidas monarquías absolutas. Ahora los populistas, han adoptado otras formas para perdurar: llaman a elecciones de dudosa transparencia, con la participación de los partidos opositores a los que persiguieron y debilitaron, y que, divididos, poco pueden hacer para presentar una alternativa democrática viable.

Debió  pasar más de una década para que se comprendiera en Venezuela que, ante tales designios, sólo queda el camino de la unidad democrática para frenar la furia populista del “comandante-presidente”. Y se la está logrando.

El ejemplo es válido.

Pero hay una salvedad: la unidad debe ser interna, construida de acuerdo con las particularidades de cada sociedad nacional.